“Toda nuestra relación con el universo es, primero que nada, una relación con las personas” -Rolando Toro.
Convivir en armonía es en sí un intercambio comunicativo, una presencia real de dos o más personas, dueñas de una identidad verdadera y lúcida. Comunicarse con el único propósito de compartir, encontrarse y llegar a un acuerdo en los valores esenciales que rigen la vida.
En este mundo, que parece una historia narrada por otros, es imprescindible ampliar la conciencia para vivir a la altura de lo que realmente somos, para ocupar los sitios que nos corresponden y dejar de negarnos y de negar la vida.
Existen otras maneras de estar en el mundo viviendo vidas más desprendidas para hacer de nuestro planeta un lugar mejor y más habitable, más respirable y sostenible, actuando con ecuanimidad.
En una sociedad que trata de colonizar el miedo, la incertidumbre, el desconcierto, la falta de libertad, el dolor y la muerte, hemos de aprender a afrontar las fisuras de la vida como oportunidades de aprender y de renacer para hacer posible el cambio y el alumbramiento en nosotros y en el mundo. Para que nuestra luz interior no se apague y la música y la danza que acompañan nuestros días se sienta en todos los rincones del mundo. Hemos de conseguir que los finos hilos de agua de nuestra existencia, amorosamente creados, sigan su curso hacia el mar. Estar juntos, aun con nuestras diferencias, no debería ser una relación de juicios ni descalificación sino de comprensión.
!!Estar juntos es un sí a la vida!!.
Rolando Toro sintió que estaba surgiendo un nuevo escenario de evolución humana y una nueva acción social sin precedentes a partir del corazón iluminado. Es por ello que el Principio Biocéntrico sitúa el respeto a la vida como centro y punto de partida de todas las disciplinas y comportamientos humanos. Restablece la noción de sacralidad de la vida. Se inspira en la intuición de un universo organizado en función de la vida y consiste en una propuesta de reformulación de nuestros valores culturales, que toma como referencia el respeto por la vida.
La situación que estamos viviendo en todo el planeta puede que haya llevado a muchas personas al desánimo, al decaimiento o tal vez a la depresión. Todo ello nos ha hecho reflexionar sobre la vida desenfrenada y materialista que llevábamos, la cual nos está conduciendo a un aciago final. El obligado parón nos llevó a la calma y a la lentitud, que ha servido para conectar con nuestros ritmos orgánicos y al mismo tiempo con nuestro interior. Nos hemos dado cuenta de que estábamos muy desconectados de la vida, de los demás, de la naturaleza y de todo lo que nos rodea. Hemos dejado de lado lo más importante: el respeto por la simple existencia del otro, el dejar que la otra persona siga siendo quién es sin voluntad de dominio alguno. Veníamos arrastrando formas de vivir estresantes y sin sentido y ahora se nos presenta un nuevo paradigma tanto a nivel individual como colectivo que va a exigir nuevas respuestas y acciones por parte de todos.
Otras personas, sin embargo, han sido capaces de transitar por el lado de la esperanza, la confianza, una mayor creatividad y, sobre todo, una gran resiliencia. En el fondo, todos somos seres vulnerables y sensibles, a la vez que fuertes y valientes. Es parte de nuestra esencia. Cada uno, dentro de sus necesidades, apetencias, gustos y vulnerabilidades, debe mostrar cercanía, empatía, tolerancia y respeto por las diferencias. Se trata de proximidad, de regalarnos más miradas, toques, caricias, abrazos…para desarrollar una mayor afectividad en estos tiempos tan convulsos. Biodanza nos enseña a respetar siempre el espacio del otro, sus ritmos, sus tiempos y sus necesidades. Gracias al feedback, que es la actividad natural de los sistemas que se autorregulan, adquirimos nuevas habilidades motoras, corporales, emocionales, mentales y existenciales. También podemos modificar, ampliar y desarrollar habilidades ya adquiridas.
No existe la superposición, ni la perturbación de la intimidad del otro, sino respeto, cuidado y amor. Este danzar la vida que siempre es en compañía y compartida de corazón a corazón, es un estar juntos, es estar no solo mirándonos a los ojos, es saber vernos con los ojos del alma para que al fin exista la vida.
Todo esto nos lleva a hacernos la siguiente pregunta: ¿por qué vale la pena, ahora más que nunca, encontrarnos? Y, al instante, surge en mi mente la palabra Biodanza que es en esencia “la danza de la vida”. La respuesta llega como un soplo de aire fresco: merece la pena encontrarnos con los otros porque ahí, en cada mirada, en cada gesto, en cada abrazo y en cada apertura encontramos siempre de modo inédito y verdadero la aceptación, el reconocimiento y la afectividad que tanto necesitamos, así como todas las infinitas posibilidades de la creación.
A través del sistema Biodanza, uno se da cuenta de lo que realmente importa, y en ese “darse cuenta” está la clave y la esencia de la vida. Se abren puertas a lo desconocido, aparecen ventanas a otras muchas y nuevas posibilidades, se abren balcones a una convivencia más armoniosa entre las personas. Y aprendes, poco a poco, a dejar a un lado tu vida monótona y repetitiva y tus pasos torpes. Descubres que el mundo es más amplio de lo que tu estrecha mente pensaba, que otra vida es posible, que tu salud, tu energía, tu vitalidad y tus ganas de vivir mejoran de manera gradual y exponencialmente. Biodanza desarrolla todos nuestros potenciales innatos y nuestra inteligencia afectiva, mejora nuestras competencias personales, incrementa el humor endógeno y reduce el estrés entre otros muchos beneficios. Y, al cabo de un tiempo, descubres que tu vida no es nada convencional sino extraordinaria y mágica y que ya no eres la misma persona.
Biodanza pone orden al rompecabezas mental y psicológico, armoniza cuerpo, mente y espíritu integrando de forma delicada y amorosa todas las partes de tu ser. Un cerebro integrado no representa una amenaza para el desarrollo óptimo del Yo o de la identidad del individuo. La persona que logra integración neuronal tiene como consecuencia un Yo central sólido. El cerebro humano posee muchas neuronas cuya función no está definida genéticamente sino por la experiencia, por los ecofactores y cofactores que tiene en cuenta Biodanza. Para las neurociencias, cuando un individuo vive en un estado de integración neural, goza de salud mental y bienestar. Un individuo bien integrado siente que en general está en buenas relaciones con el mundo que lo rodea, se entiende así
mismo, a los demás y a la vida, es flexible y se adapta a cada situación nueva, permanece en paz y estable (Siegel y Payne, 2007).
En medio de estos tiempos revueltos, Biodanza supone para muchas personas en todo el mundo una tabla de náufrago a la que asirse, un faro de luz en mitad de la oscuridad, la ceguera, el desconcierto, el miedo y la desmotivación existencial.
Que Biodanza siga tocando e iluminando los corazones de todas las personas que se acercan a ella.
Marifé Valiente oct 2020