ARTICULO PARA LA REVISTA UMOYA

Texto: Limu Aluba y Mar Pozuelo Castillo

Fotos: Alberto Ramirez ©

Danzar para sanar en el centro Delwendé de acogida de mujeres acusadas de brujería en Uagadugú (Burkina Faso)

Hoy se celebra la fiesta de la Tabaski. Según avanzamos en dirección al centro Delwendé por el camino lleno de baches, boquetes, charcos y barro, nos cruzamos con mujeres vestidas de colores vivos y hombres con impolutas camisas tradicionales: todo nos habla de un día especial en el que cada cual quiere hacer brillar su propia estrella. Para nosotros ese día también es significativo, pero no porque vayamos a comer el cordero sacrificado de la fiesta musulmana más importante del año,sino porque vamos a compartir esa fecha simbólica con un grupo de mujeres que la comunidad ha rechazado, apartado y estigmatizado, acusadas de ser brujas y “comer almas”. Tenemos cita en Delwendé, uno de los 13 centros que acoge a mujeres acusadas de brujería en Burkina Faso, situado en la capital, Uagadugú.

En la cultura del pueblo mossi, etnia mayoritaria de Burkina Faso, existe la convicción de que hay personas que se alimentan de las almas de otros y que una muerte trágica e inesperada se explica porque un brujo, en el 98% de los casos una mujer, se ha comido su alma. Para identificar al culpable,un grupo de hombres pasean al cuerpo del difunto por el pueblo y “una fuerza les va dirigiendo”hacia el lugar en el que vive la bruja que supuestamente ha provocado el fallecimiento (en el idioma local, esta ceremonia se llama seongo). A menudo, en el habitáculo elegido por ese ímpetu invisible que lleva al grupo de portadores del cadáver vive una mujer y, en el 80% de los casos, es mayor de 60 años. Cuando los pies del cadáver que llevan los portadores están dirigidos hacia su puerta, ella ya sabe que desde ese mismo momento está condenada al ostracismo, al suicidio o al linchamiento.Existen otras técnicas de identificación como el sacrificio de un pollo delante de los fetiches (kaabgoo teesé), “la poción de la verdad” (zangogo) o la consulta a un curandero del pueblo (baagré).

El caso de las mujeres acusadas de brujería de Delwendé nos invita a renovar nuestra mirada sobre ciertas costumbres en África, a través del sentido profundo que damos a términos como superstición irracionalidad en las sociedades modernas, en las que observamos la persistencia e incluso resistencia y resurgencia del esoterismo, las prácticas ocultas y la búsqueda de espiritualidad, a pesar de los impresionantes avances tecnológicos. Nos invita sobre todo a tomar distancia de nuestros prejuicios, ante la tentación de hacer interpretaciones someras y recuperaciones ideológicas, que nosllevan a intervenciones susceptibles de provocar nuevas contradicciones en las sociedades africanas.

En Occidente, los cambios económicos, científicos y técnicos han operado “desencantamientos”radicales y la primacía de un orden social y racional considerado sociológicamente dominante(Weber, 1917, M. Gauchet, 1985). En ese contexto, las consecuencias psicológicamente negativas delos cambios ligados a la modernidad están minimizadas y poco admitidas cuando se manifiestan bajo formas patológicas. Al contrario, en África se relacionan desde hace mucho tiempo con “Lamentalidad primitiva”, título del libro de Lévi Brühl, que escribió y publicó sus obras sin poner un pieen las sociedades a las que se refería de forma tan humillante. Este seudo intelectualismo refuerza los prejuicios, mientras que autores como Claude Lévi Strauss (1962) en su obra “El pensamiento salvaje“, analizaba las prácticas racionales y estructurales de los pueblos indígenas, prácticas que se suelen negar en bloque en beneficio de la mentalidad primitiva, que corresponde mejor a los prejuicios en torno a esas culturas.

Las sociedades africanas han vivido situaciones de profunda desestabilización y agresiones repetidas cuyos traumatismos y secuelas se expresan a través de distorsiones que han marcado las relacionessociales. Comunidades enteras desarraigadas, dispersadas geográficamente y desorientadas han tenido que reinventarse psicológicamente al tiempo que exorcizaban sus “demonios” o miedos durante la lucha por la supervivencia. En otras palabras, las acusaciones de brujería son portadoras en sí mismo de elementos de respuesta a la patología social y colectiva no asumida, al ser mal comprendidas, cuyas interpretaciones simplistas serían una capa más a la mirada prejuiciosa y a menudo ignorante sobre las sociedades africanas. El profesor de universidad burkinabé Albert Uedraogo, especialista de ritos funerarios y tradiciones mossi, explica que en las zonas en las que se acusa a las mujeres de brujería “la competición por la supervivencia” es muy fuerte y explica el vínculo de la edad de las acusadas y la brujería como una “lucha por la supervivencia”. Según Habibu Uedraogo, en su memoria de investigación sobre las causas subyacentes de la brujería, el origen de la acusación de “comedora de almas” es la posición social de la mujer, los conflictos inter e intra familiares, la envidia, la venganza, las luchas por el prestigio y las rivalidades.

La tarde está en su momento álgido de calor cuando llegamos a Delwendé –que quiere decir literalmente acercarse a dios-, en el que más de 200 mujeres acusadas de brujería han buscado refugio después de huir de su pueblo, dejando atrás a sus seres queridos y a su comunidad, todo loque en África da sentido a la vida. Desde hace ya tres semanas, los domingos se agita la sobria tranquilidad del centro al ritmo de la música en torno a un proyecto de danza, en el que un bailarín burkinabé, Siaka Culibaly y una española formada en Biodanza, Maribel Díaz-Madroñero, proponen“bailar para sanar”. Las mujeres, que van llegando poco a poco al espacio, enlazan las manos y mueven los pies al unísono para fundirse en el movimiento del grupo. Al hilo de las propuestas, los corazones se van llenando de risas y en los rostros cansados aparecen gestos de felicidad, pero también lágrimas, cuando la emoción les invade. Entonces se pueden respirar en el ambiente las heridas profundas que dejó su despedida precipitada, la huida, la errancia de algunas, que pasaron días sin comer y beber, perdidas, tratando de dejarse morir, el recuerdo de las que nunca pudieron llegar al centro porque las mataron, se mataron o se murieron de pena en algún rincón del bosque.

Issiaka Zongo, que ha realizado su trabajo de fin de carrera sobre la temática, se ha centrado en las consecuencias que tiene sobre los niños que quedan tras la muerte de las mujeres que han sido linchadas o que se han suicidado al ser acusadas de brujería. Cuenta el caso de una mujer madre de 11 niños y linchada por unos cien jóvenes de la ciudad de Logobu. Su hijo de 13 años asiste impotente al asesinato de su madre. Según Dauda Sessuma, en su estudio sobre la inserción socio económica de las familias afectadas, la consecuencia sobre los hijos es la estigmatización, la exclusión de la comunidad, el espolio de los bienes, la marginalización y la humillación, implicando la destrucción de vínculos familiares y de filiación, la pérdida de referentes sociales, la soledad.

Traer una propuesta de Biodanza a un centro de mujeres acusadas de brujería es una aventura incierta, cuando sabemos que probablemente algunas de esas ancianas llevan décadas (50 años para la que más tiempo ha pasado en Delwendé) sin recibir un gesto de cariño y aprecio, sin sentir que son importantes para alguien, que se valora su existencia, que no se teme su presencia. Incluso la traductora que hemos buscado se muestra inquieta ante la situación y se queda rígida en la silla. Maribel, formada en la Escuela Hispánica de Biodanza en Madrid, nos cuenta que su experiencia con las mujeres “ha sido un proceso de transformación personal muy rápido tanto para las mujeres como para ella en la que las emociones contenidas iban saliendo poco a poco”. Su motivación era darles una oportunidad de ser más felices gracias a los beneficios de la Biodanza, a través de dos objetivos principales: la integración del grupo y la alegría de vivir. Junto a Siaka Culibaly, que trata en sus talleres de danza tradicional de conectar de nuevo a las mujeres con los movimientos de los bailes tradicionales de su juventud para llevarlas físicamente a sensaciones positivas de su identidad, han traído a Delwendé momentos joviales para aligerar el desarraigo de esas mujeres, cuyas miradas nos invaden el corazón de sentimientos controvertidos de tristeza, dulzura, dolor, fuerza, resignación.

En el 2017, la ministra de la Acción Social y la Familia de Burkina Faso afirmó que “el fenómeno de la exclusión social de las personas acusadas de brujería sigue extendiéndose en algunas zonas del país”,a pesar de las diferentes campañas de sensibilización y medidas para acabar con la exclusión y la violencia contra ellas, a través, por ejemplo, del plan de acción nacional de lucha contra la exclusión social de personas acusadas de brujería de 2012-2016. Issiaka Zongo nos explica que Burkina ha firmado numerosos acuerdos internacionales y regionales sobre los derechos humanos y que la Política Nacional de Género (PNG) adoptada en el 2009 tiene un apartado sobre “la promoción del respeto de los derechos humanos y la eliminación de la violencia”. Pero hoy por hoy, las mujeres siguen afluyendo al centro. La directora de Delwendé nos explica que en el 2018, 14 mujeres fallecieron en el centro y otras 14 llegaron. Según esta monja de Zambia que lleva un año a cargo dela gestión del centro, aunque se intenta, es muy difícil conseguir el retorno. Recuerda que una de ellas regresó a su pueblo después de largas negociaciones con la comunidad y los familiares y a los tres meses volvió de nuevo a Delwendé…

Burkina Faso es uno de los pocos países en el mundo en el que el Día Internacional de la Mujer ha sido declarado fiesta nacional y no se trabaja. Pero cada año, en el discurso oficial del Ministerio de la Mujer es necesario recordar los esfuerzos que todavía quedan por hacer sobre los derechos de las niñas y las mujeres en el país. La experiencia de mujeres excluidas y marginalizadas pone de manifiesto la dimensión de género con respecto a prácticas sociales que penalizan a la mujer burkinabé en el plano psicológico, económico y social y que afectan a su propia autoestima: las mujeres pagan por asegurar la tranquilidad social de un sistema principalmente patriarcal.

Al acabar la sesión, me acerco a una de las abuelitas del centro que se ha participado como espectadora al taller de Biodanza, ya que apenas puede andar. Le doy un fuerte abrazo y descubro su mirada generosa, dulce y alegre, detrás de unas gafas espesas. Aunque no haya podido participar en la danza, es evidente que su corazón ha dejado por unos instantes, a través de la música y las risas de sus compañeras, el lugar a donde habita el olvido.

Agosto 2019, Uagadugú, Burkina Faso